Cesária Évora: la diva de los pies descalzos
Una breve mirada a la vida de la diva que nunca fue diva
Tras unos años como articulista de AcidConga, su director, el querido Ángel Montaña, me propuso escribir una serie de textos sobre leyendas de las músicas del mundo. En abril de 2017 se publicó el que ahora comparto con ustedes, en este ejercicio de rescate de viejos garrapateos. Disfruten, escuchen y compartan…
“Mucha gente solía criticar que me guste echar tragos, que fume tabaco, por mis matrimonios o porque me divorcio. Pero si estando en un bar tomándome un whiskey yo descubría que algunos se ponían a murmurar sobre mí, inmediatamente le pedía otro vaso de licor al cantinero sólo que doble, para que esa gente metiche de veras tuviera motivos de abrir la boca.” [i]
Un lugar común: pensar que la música que mejor acompaña al mar es festiva, alegre. Como si las palmeras y la arena obligaran a los músicos a sonreír. Como si a nivel del océano la vida careciera de penas y dolores. Mas no siempre es así. Existe en el orbe un puñado de músicas bañadas por la sal y revestidas de una tristeza profunda. Ritmos que laten según el pulso de los puertos. En Argentina, por ejemplo, la vida portuaria engendró al tango; en Portugal, ese sentimiento triste es evocado por las voces del fado; en España, juega el flamenco con una melancolía rabiosa.
Por supuesto, todos tenemos noticia de aquellos géneros. Pero resulta que existen otros que no conocemos bien a bien. Y es que hay rincones del mundo que suelen permanecer ocultos a la mirada global hasta que alguien ‘los descubre’. Un ejemplo: frente a las costas de Senegal existe un conjunto de diez islas mayores que conforman la República de Cabo Verde. Una república más bien joven, pues obtuvo su independencia de Portugal hasta 1975. Más de uno no sabe señalar su posición en el mapa y muchísima gente ignora la importancia que llegó a jugar este lugar en la historia colonial.
Fue ahí, en agosto de 1941, donde nació la leyenda que nos ocupa hoy: Cesária Évora. Cize, como la llamaban sus allegados; la ‘diva de los pies descalzos’, como se le conoció en todo el mundo tras alcanzar un éxito súbito e inesperado a principios de los 90s…
Aquello: Bana y su Novo Mundo
Una familia pobre de la ciudad de Mindelo, la segunda más poblada de Cabo Verde, se encuentra preocupada por el estilo de vida que lleva Adriano Gonçalves, quien cuenta apenas catorce años de edad. Y es que Adriano se pasa noches enteras en los bares, escuchando música y, de vez en vez, cantando él también. La madre lo regaña continuamente, pero Adriano no entiende. La madre lo reprime una y otra vez hasta que a su puerta comienzan a llegar personas que le piden a Adriano que cante aquí o allá. Estamos a mitad de los años 40s.
Adriano es joven y se ha vinculado con Francisco Xavier da Cruz, que en el limitado universo musical de Mindelo se presenta como B.Leza, autor e intérprete de mornas. ¿Y qué son las mornas? Las mornas son canciones tristes que cuentan la vida del puerto. Primas hermanas del fado, pues esta región isleña es una colonia portuguesa y a sus costas arriba todo tipo de personas: comerciantes, aventureros, políticos.
Así ha sido la vida en Cabo Verde desde el siglo XV, cuando los portugueses dieron con estas islas deshabitadas, cubiertas de una espesa vegetación. Con el paso del tiempo, Cabo Verde se convirtió en un punto estratégico de la vida colonial, pues era el lugar donde Portugal obtenía las mayores rentabilidades gracias al tráfico de esclavos. Su ubicación era tan estratégica que la corona lusitana tuvo que poblar las islas para que ninguna otra potencia colonial se las arrebatase. Así llegaron a las islas montones de agricultores para sembrar algodón y caña de azúcar. Es decir que aquella historia que mejor conocemos sobre la colonización de las Antillas tuvo también un capítulo en Cabo Verde.
Sin embargo, la prosperidad de Cabo Verde llegó a su fin cuando la esclavitud fue prohibida. De ser el segundo punto de ingresos más importante de Portugal, pasó a convertirse en una de sus regiones más pobres. Mas la semilla estaba sembrada y del encuentro entre los esclavos y los portugueses que migraron para trabajar el campo nació la cultura caboverdiana, oculta a los ojos del mundo hasta casi el final del siglo XX.
En aquella cultura vieron luz las mornas y B.Leza es uno de los compositores más prolíficos y amados del género. B.Leza compone y canta para los caboverdianos en noches repletas de grog que suelen llevar a la violencia. Además, ya no es tan joven y su salud no es la mejor de todas. Por eso se ha conseguido un ayudante y guardaespaldas: un muchacho enorme –mide poco más de dos metros- al que suele ver en esas serenatas. Se llama Adriano y, además, canta. Al poco tiempo, de ayudante se convierte en íntimo amigo y discípulo.
Cuando en 1958, B.Leza muere, Adriano comienza a cantar por su cuenta, bajo el nombre de Bana. Y Bana se convierte en toda una estrella de la música. Gira por el mundo llevando la cultura caboverdiana y las mornas de su mentor. Pocos años más tarde, a finales de los 60s, instala en Lisboa un restaurante que cambiará de nombre tres veces: primero fue el Novo Mundo, más tarde Monte Cara y, al final, Enclave. A pesar de los cambios de nombre, la gente lo conoce como Bana, por el mote de su dueño, y llega a convertirse en el centro de música africana más importante de Portugal.
Han pasado muchos desde que Bana cantaba en Mindelo y el oleaje de la historia llevó a Cabo Verde a conseguir su independencia. Aunque Bana ya es toda personalidad y aunque ha sido acusado de apoyar la permanencia del colonialismo en la naciente república, nunca se ha desapegado de su origen. Y allá en Mindelo, en sus bares y en sus plazas, ha dejado de escucharse la voz de una sobrina de su mentor, Cesária Évora. Bana la invita a cantar en Monte Cara. Cesária acude y canta como siempre: con amor y descalza. Entre el público se encuentra José da Silva, un productor musical que invita a Cesária Évora a grabar un disco en París. Ninguno de ambos lo sabe, pero aquello será el despegue tardío del estrellato de Cesária y el nacimiento de uno de los sellos independientes más prestigiosos de las músicas del mundo: Lusafrica.
Antes de aquello…
La madre de Cesária era cocinera y su padre, un violinista y guitarrista al que deleitaba interpretar las mornas compuestas por su hermano. Desde pequeña, Cesária sintió una gran afinidad por la música y acompañaba a su padre entonando esas historias hilvanadas por B.Leza. Pero su padre murió cuando ella tenía siete años. Para darle una mejor vida, su madre la envió a un orfanato dirigido por monjas en el que Cesária pasó apenas tres años, pues no soportaba esa vida de encierro. Rogó a su abuela que la sacara de ahí y regresó a casa.
Uno de sus hermanos, Lela, tocaba el saxofón. Y como uno más uno son dos, bien pronto el par de hermanos comenzó a recorrer las plazas públicas tocando mornas. De las plazas brincaron a los hoteles, los bares y los barcos, donde tocaban para obtener algunas monedas o tan solo comida. La voz de Cesária y sus pies descalzos comenzaron a ganar terreno, poco a poco, en la escena musical de Mindelo, donde comenzó a ser conocida como la ‘reina de las mornas’.
Pero el nobiliario título, aunque sentido, no consiguió arrancarla de la pobreza. Cesária seguía anclada a la mala vida del músico callejero, errante. Vino entonces la oportunidad de cantar en la radio. Aquella joven Cesária, tendría unos dieciocho años, se transformó en la estrella más preciada de Radio Clube y Radio Barlavento. Todo parecía apuntar hacia una vida mejor y así lo fue durante algunos años más. Incluso grabó un par de discos que circularon bastante bien en Cabo Verde.
Los años de tocar en los bares habían dejado a Cesária un legado sinuoso: su afición por el tabaco y el alcohol y una profunda aspiración por la libertad. Su vida amorosa era un lío. Nacieron tres hijos cuyos padres desaparecieron de la vida de Cesária. El anhelado despegue de su carrera no parecía aproximarse ni siquiera un poco… y Cize abandonó el canto.
Fue en aquella época cuando Cabo Verde obtuvo su independencia. La pobreza se agudizó en el país y Cesária pasó cerca de una década dedicándose a esto y aquello y a beber. Ella misma recordaría ese lapso como los ‘años oscuros’. Cuando su país logró estabilizarse un poco, en 1985, la Organización de Mujeres de Cabo Verde comenzó a establecer una red para promover el trabajo femenino y una de las tareas que consideraron clave fue la exportación del trabajo de Cesária. Por supuesto, el primer punto al que querían llevarla era Lisboa.
Sin estar del todo convencida, Cesária aceptó la propuesta. Pero no todo salió como lo esperaba la Organización de Mujeres de Cabo Verde, pues una de las presentaciones fue aquella en la que Cesária captó la atención de José da Silva.
Después de aquello
Da Silva quedó tan prendado de la voz de Cesária que le propuso grabar un disco. Pero José da Silva no contaba con grandes recursos. Con muchos esfuerzos logró alquilar un estudio en París, en 1988, y nació el que muchos consideran erróneamente el álbum debut de Cesária, La Diva aux pieds nus, la diva de los pies desnudos. Bien escuchada, aquella placa deja mucho que desear. La grabación es un poco tosca y el uso de sintetizadores opaca un tanto la voz de Cesária. Además, el repertorio oscila un tanto desordenadamente entre las mornas y su versión más alegre y acelerada, las coladeiras.
Con todo, aquel disco comenzó a moverse bien entre el público que ya se había enganchado con el arribo al mercado de la llamada world music. Dos años más tarde, y con mejores recursos, grabó Destino di belita. Luego vino Mar azul en 1991… y, en 1992, llegó Miss Perfumado. Cesária, a sus 51 años de edad, se convirtió en un suceso internacional. Tras los larguísimos años de espera, de una vida marcada por declives constantes y cada vez más profundos, la carrera de Cesária alcanzó una altura insospechada.
Vinieron luego los premios, las colaboraciones con Kusturica y Compay Segundo, las giras mundiales. Todo el mundo quería que Cesária tocara en sus escenarios o que grabara una canción con tal o cual. Veinte años duró aquel latigazo de la fama: aquí y allá se le veía llegar, descalzarse los pies antes de entrar al escenario y cantar con el mismo sentimiento profundo de siempre. Veinte años en los que la gente le veía fumar y fumar. Veinte años de entrevistas, acompañada siempre por una traductora y con un laconismo que haría temblar al más ducho entrevistador. Veinte años nada más, pues en diciembre de 2011, Cesária murió.
Me pregunto qué pensamientos cruzaban por la cabeza de esa diva que nunca lo fue cuando se presentó por vez primera ante un público enorme. Me pregunto, también, cómo se sintió al entrar en la vorágine de la industria. Supongo que esos veinte años debieron estar llenos de una singular extrañeza. No la extrañeza del ‘sueño cumplido’ y esas vainas engendradas por la industria, sino la extrañeza de quien lleva años hablando a su familia y de pronto se ve un estrado diciendo las mismas palabras a miles de desconocidos…
La leyenda desvirtuada…
Cuenta Carlos Bouza, con cierto dejo de incomodidad, que la promoción de Cesária se diseñó a conciencia. «Insistir en la imagen de “la diva pobre” cuya garganta se conserva con alcohol y nicotina parece una buena idea, pero ninguna como embellecer la historia de su gusto por actuar con los pies descalzos. Así, una cuestión puramente práctica se intercambia por una imagen poderosa y apócrifa: la de la artista que se desprende de sus zapatos en escena, invocando su origen humilde, minutos antes de que una audiencia enfervorecida se abalance sobre ellos y los llene de billetes.»[ii]
Quizá fue así. Quizá el marketing lo hizo de nuevo y, por un lapso más bien corto, logró promover y encumbrar una imagen lastimera de la cantante. Pero lo cierto es que bien pronto Cesária se encargó de tumbar aquella imagen. Su sentimiento incomparable y su indomable personalidad nos dejaron ver a esa Cesária que oscila con soltura entre la irreparable tristeza y la alegría sensual. Pocos artistas logran arrebatarnos de todo cuando los escuchamos, envolvernos con su voz, secuestrar nuestra atención con tanto poder.
La reina nunca fue reina, la diva nunca fue diva. Y si cantaba descalza era porque «en tiempos del colonialismo portugués, a mi gente se le prohibía el derecho a caminar descalza por ahí, y quien careciera de dinero para comprarse un par de zapatos era obligado a quedarse en la calzada, sólo quienes los llevaban puestos podían hacerlo.» Cesária fue sí, una figura internacional, pero jamás fue una estrella. Cantó sí, en los grandes escenarios del orbe, pero siempre con la misma actitud de quien está cantando para pocos, en un bar de puerto con vistas al enorme y tristísimo mar.
[i] Fragmento tomado del libro Cesaria Évora, la voz de Cabo Verde, biografía publicada en 1998 por Véronique Mortaigne.
[ii] Bouza, Carlos. “Cesária Évora: los pies en la tierra” en Pikara (en línea) URL: http://www.pikaramagazine.com/2016/04/cesaria-evora-los-pies-en-la-tierra/